INVICTUS
Cuenta la leyenda que cuando Nelson Mandela estaba a punto de flaquear en una inmunda
y diminuta celda en una cárcel de Sudáfrica, solía leer un poema de William Earnest Henley.
El poema se llama "Invictus" y reza así:
"Más allá de la noche que me cubre negra como el abismo insondable, doy
gracias a los dioses que pudieran existir por mi alma invicta. En las
azarosas garras de las circunstancias nunca me he lamentado ni he
pestañeado. Sometido a los golpes del destino mi cabeza está
ensangrentada, pero erguida. Más allá de este lugar de cólera y
lágrimas. donde yace el Horror de la Sombra, la amenaza de los años me
encuentra, y me encontrará, sin miedo. No importa cuán estrecho sea el
portal, cuán cargada de castigos la sentencia, soy el amo de mi
destino: soy el capitán de mi alma." (*)
El Atlético ha escrito su historia a base de renglones torcidos.
De diagnósticos imposibles, de una montaña rusa de victorias increíbles
y derrotas paranormales. Hay quien dice que la mala suerte siempre anda
cogida de la mano del Atlético, un victimismo que en demasiadas
ocasiones atenaza al equipo y que abrocha a su afición a una pose
sufridora, resignada, impropia de su verdadera razón de ser, que no es
otra que la rebeldía. Bajo esa etiqueta de "looser" simpaticón,
los atléticos olvidan cada vez más que deben sentarse a comer en su lugar natural,
la mesa del Real Madrid y Barcelona.
Hace años que mendigan un ratito de fútbol, unas migajas de gloria
efímera y unas sobras en el mercado de fichajes. Se han acostumbrado
tanto a pelearse por las migajas ajenas, a perder, al discurso del
pataleo, que existen momentos en los que los Dioses del fútbol les
castigan con perder su legítimo derecho a ser alternativa a madridistas
y azulgranas. Pero el corazón tiene razones que la razón no comprende.
Y como la vida se compone de sentimientos y no de racionalidad, el
Atlético de Madrid sobrevive al filo de la navaja, apoyado en la
genialidad del Kun. Un enano argentino con el alma invicta.
Esta noche, durante 90 minutos, el Atlético ha desterrado sus
problemas sociales, económicos y deportivos. Hoy la vida le ha besado
en la boca, se ha soltado de la mano de la cacareada mala suerte (que
no es tal si uno se molesta en echar un vistazo al palmarés pre-Gil) y
se ha dejado llevar por la inercia ganadora que su historia siempre le ha reclamado.
Esta noche, apoyado en un pibe de barrio que conjuga el verbo "maradonear", ese Kun, el Atlético ha volado alto.
Por encima de su ilegítima directiva. Por encima de su bancarrota
inminente. Por encima de esos socios anestesiados que no acuden a la Puerta Cero.
Por encima de esos medios de comunicación que no se hacen preguntas.
Por encima de esos secretarios técnicos que confuden sofás con lámparas
pero que visten pantalones pitillo y andan bien de bronceado. Por
encima de esa opinión pública que hace tiempo se ha acostumbrado a
quedarse ancha y pancha cuando relega al Atlético a grande de
pacotilla. Esta noche, el Atlético ha volado por encima de su triste
realidad, de su acuciante necesidad, de su mediocridad de los últimos
tiempos, de su funesta tendencia a pegarse tiros en el pie.
Cavernícola de la doble visera, fútbol de barrio y potrero, Agüero
ha cargado con el equipo, ha metido voltios al partido y ha jugado a lo
que él ha querido. La guardería estaba con él. Domínguez de cerrojo y
De Gea, de arcángel bajo los palos. El fado también le arropó. Simao
voleó, Assunçao bregó y Tiago manejó. Por estar con él, incluso los
sospechosos habituales se zafaron de la camisa de fuerza. Perea cortó,
Ujfalusi se exprimió y Jurado puso lo que la grada le pide a Jurado,
que son dos pelotas además de un balón. Reyes puso su granito de arena
y Forlán hizo lo suyo. Antes de esta noche, Portugal
había reactivado a un Rácing moribundo hasta convertirlo en un equipo
de orden, toque e imaginación. Pero con el Kun al abordaje y el resto
del Atlético - esta vez sí, equipo- en estado febril, en plan creyente,
la tribu rojiblanca acabó pasando a cuchillo la ilusión montañesa. Ni
siquiera Canales, el nuevo Peter Pan del fútbol
español, pudo contener la avalancha atlética. Era demasiado tarde para
todo eso. El Atlético de los horrores y las prisas, del tormento y la
mediocridad, había mutado en electricidad. Las pilas se las había
puesto el de siempre. Enano mortal, argentino. Kun. Corrientes 348, segundo piso, ascensor.
Kun, principio y final, corazón y genio, juez y parte, no marcó. Salió
del campo reventado, exhausto, roto. Con la conciencia tranquila y la
mirada limpia. Y el alma, invicta, como aquel poema con el que Nelson Mandela
sacaba fuerzas de flaqueza entre rejas. Agüero es rebelde y tiene
causa. Para ser grande el primer paso es querer serlo. Agüero quiere. Y
puede.
(*) Al Kun le ha cubierto la noche negra como el abismo insondable, pero sigue teniendo el alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias deportivas, nunca se ha
lamentado ni ha pestañeado. Sometido a los golpes del destino, su
cabeza ha estado ensangrentada pero siempre erguida. Más allá del
Calderón y de sus lágrimas, donde yace el horror de los Gil y Cerezo. A
este chico de barrio no le importa cuán estrecho sea el portal, cuán
cargada de castigos la sentencia. Es el amo de su destino. El capitán de su alma.
Cuenta la leyenda que cuando Nelson Mandela estaba a punto de flaquear en una inmunda
y diminuta celda en una cárcel de Sudáfrica, solía leer un poema de William Earnest Henley.
El poema se llama "Invictus" y reza así:
"Más allá de la noche que me cubre negra como el abismo insondable, doy
gracias a los dioses que pudieran existir por mi alma invicta. En las
azarosas garras de las circunstancias nunca me he lamentado ni he
pestañeado. Sometido a los golpes del destino mi cabeza está
ensangrentada, pero erguida. Más allá de este lugar de cólera y
lágrimas. donde yace el Horror de la Sombra, la amenaza de los años me
encuentra, y me encontrará, sin miedo. No importa cuán estrecho sea el
portal, cuán cargada de castigos la sentencia, soy el amo de mi
destino: soy el capitán de mi alma." (*)
El Atlético ha escrito su historia a base de renglones torcidos.
De diagnósticos imposibles, de una montaña rusa de victorias increíbles
y derrotas paranormales. Hay quien dice que la mala suerte siempre anda
cogida de la mano del Atlético, un victimismo que en demasiadas
ocasiones atenaza al equipo y que abrocha a su afición a una pose
sufridora, resignada, impropia de su verdadera razón de ser, que no es
otra que la rebeldía. Bajo esa etiqueta de "looser" simpaticón,
los atléticos olvidan cada vez más que deben sentarse a comer en su lugar natural,
la mesa del Real Madrid y Barcelona.
Hace años que mendigan un ratito de fútbol, unas migajas de gloria
efímera y unas sobras en el mercado de fichajes. Se han acostumbrado
tanto a pelearse por las migajas ajenas, a perder, al discurso del
pataleo, que existen momentos en los que los Dioses del fútbol les
castigan con perder su legítimo derecho a ser alternativa a madridistas
y azulgranas. Pero el corazón tiene razones que la razón no comprende.
Y como la vida se compone de sentimientos y no de racionalidad, el
Atlético de Madrid sobrevive al filo de la navaja, apoyado en la
genialidad del Kun. Un enano argentino con el alma invicta.
Esta noche, durante 90 minutos, el Atlético ha desterrado sus
problemas sociales, económicos y deportivos. Hoy la vida le ha besado
en la boca, se ha soltado de la mano de la cacareada mala suerte (que
no es tal si uno se molesta en echar un vistazo al palmarés pre-Gil) y
se ha dejado llevar por la inercia ganadora que su historia siempre le ha reclamado.
Esta noche, apoyado en un pibe de barrio que conjuga el verbo "maradonear", ese Kun, el Atlético ha volado alto.
Por encima de su ilegítima directiva. Por encima de su bancarrota
inminente. Por encima de esos socios anestesiados que no acuden a la Puerta Cero.
Por encima de esos medios de comunicación que no se hacen preguntas.
Por encima de esos secretarios técnicos que confuden sofás con lámparas
pero que visten pantalones pitillo y andan bien de bronceado. Por
encima de esa opinión pública que hace tiempo se ha acostumbrado a
quedarse ancha y pancha cuando relega al Atlético a grande de
pacotilla. Esta noche, el Atlético ha volado por encima de su triste
realidad, de su acuciante necesidad, de su mediocridad de los últimos
tiempos, de su funesta tendencia a pegarse tiros en el pie.
Cavernícola de la doble visera, fútbol de barrio y potrero, Agüero
ha cargado con el equipo, ha metido voltios al partido y ha jugado a lo
que él ha querido. La guardería estaba con él. Domínguez de cerrojo y
De Gea, de arcángel bajo los palos. El fado también le arropó. Simao
voleó, Assunçao bregó y Tiago manejó. Por estar con él, incluso los
sospechosos habituales se zafaron de la camisa de fuerza. Perea cortó,
Ujfalusi se exprimió y Jurado puso lo que la grada le pide a Jurado,
que son dos pelotas además de un balón. Reyes puso su granito de arena
y Forlán hizo lo suyo. Antes de esta noche, Portugal
había reactivado a un Rácing moribundo hasta convertirlo en un equipo
de orden, toque e imaginación. Pero con el Kun al abordaje y el resto
del Atlético - esta vez sí, equipo- en estado febril, en plan creyente,
la tribu rojiblanca acabó pasando a cuchillo la ilusión montañesa. Ni
siquiera Canales, el nuevo Peter Pan del fútbol
español, pudo contener la avalancha atlética. Era demasiado tarde para
todo eso. El Atlético de los horrores y las prisas, del tormento y la
mediocridad, había mutado en electricidad. Las pilas se las había
puesto el de siempre. Enano mortal, argentino. Kun. Corrientes 348, segundo piso, ascensor.
Kun, principio y final, corazón y genio, juez y parte, no marcó. Salió
del campo reventado, exhausto, roto. Con la conciencia tranquila y la
mirada limpia. Y el alma, invicta, como aquel poema con el que Nelson Mandela
sacaba fuerzas de flaqueza entre rejas. Agüero es rebelde y tiene
causa. Para ser grande el primer paso es querer serlo. Agüero quiere. Y
puede.
(*) Al Kun le ha cubierto la noche negra como el abismo insondable, pero sigue teniendo el alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias deportivas, nunca se ha
lamentado ni ha pestañeado. Sometido a los golpes del destino, su
cabeza ha estado ensangrentada pero siempre erguida. Más allá del
Calderón y de sus lágrimas, donde yace el horror de los Gil y Cerezo. A
este chico de barrio no le importa cuán estrecho sea el portal, cuán
cargada de castigos la sentencia. Es el amo de su destino. El capitán de su alma.